miércoles, 30 de enero de 2013

Padres e hijos

No hay cosa que más rabia dé en este mundo que ver un comportamiento irritante, odiar al comportador por ello, y que un tiempo después nos dé por hacer lo mismo; el comportamiento normal ante esta situación es que nos volvemos infinitamente comprensivos con el vil señor de antes, lo que hizo fue reprobable, sí, pero humano, como humano soy yo ahora que hago lo mismo, antes simplemente (antes cuando condenaba) estaba equivocado ¡sed indulgentes conmigo!

En El animal moribundo es justo al revés, porque todo ha de ser desquiciante en el mundo de Roth. David, el entrañable profesor al que todos conocemos y amamos odiamos es permanentemente condenado por su hijo a causa de las infidelidades a su madre y por su propio abandono; el hijo de David hace de los defectos de su padre sus mayores virtudes y decide que ha de compensar al karma cósmico haciendo el bien donde su padre hace el mal... hasta que él mismo se convierte en un ser infiel pero, aún así, decide seguir compensando el karma, no dejarse llevar, continuar con una mujer a la que no ama y, sobre todo, regañando a su padre una y otra vez por todo aquello que él quisiera hacer si fuera un poquito libre (que ya tiene narices envidiar a semejante ser del averno)

En la novela Roth nos pone a un animal inmoral (consciente de su imperfección) frente al animal moral que es su hijo y, como el autor hace de la sordidez virtud, consigue que el segundo se nos haga infinitamente más inmoral que el primero: prefiere vivir en la mentira, sigue regañando a su padre por las mismas cosas que él hace y, hablando en plata, es un coñazo de ser que no sólo no conoce la libertad, es que le repugna... ¿Es mejor un padre mentiroso -y adalid de la moral- en casa que un padre sincero -y libre- con el que no convives?

No deja de ser curioso que sólo cuando aparece el hijo de David, éste se convierta en un hombre  casi casi desprovisto de sordidez.

lunes, 28 de enero de 2013

Sobre lo contado y lo leído

La verdad es que no sé muy bien qué es lo que va a salir de este post. Sí sé el punto de partida que tiene que ver con el excelente post de Newland en su blog (leedlo si no lo habéis hecho aún). El caso es que esa es una de las cosas que más me gustan del club de lectura, el que cada uno saque sus conclusiones y luego lo pongamos en común y descubramos cosas sobre los otros y sobre el libro.

Eso es muy enriquecedor, por supuesto, y da una vuelta de turca más a mi oxidado cerebro. La primera vuelta de tuerca también se la debo a los blogs. El hecho de haberme autoimpuesto el escribir una reseña de cada libro que leo me ha hecho leer de otra manera y yo creo que mejor. De igual manera, el saber que voy a encontrarme con las opiniones y reseñas de otros sobre lo mismo que yo he leído me hace fijarme más o cuidar más la manera de expresar mis opiniones y sentimientos al leer este libro.

Una de las cosas que más me llama la atención es la facilidad con la que nos ponemos en el lado de los "buenos". Me explico. Cuando uno escribe su opinión muchas veces no es solo una opinión, sino que va acompañada de un juicio moral. De esta manera muchas veces defendemos nuestra opinión o idea como la única valida. Ya he hablado varias veces sobre el autoengaño que es un mecanismo cerebral de supervivencia y que nos hace creernos nuestras propias mentiras para que otros se las crean. De ahí viene esa capacidad de justificación en la que siempre aparecemos reflejados bajo la mejor luz. Por eso es muy importante confrontar nuestras opiniones y darnos cuenta de otros puntos de vista que ni se nos habían pasado por la cabeza y que conforman otra forma de mirar la realidad igualmente válida o, incluso, mejor.

Una de las cosas en las que he pensado al leer el post de Newland es en que cada lector interpreta el libro de una manera totalmente distinta y pone mucho de sí mismo en la lectura. Leer es un acto creativo, aunque no lo parezca a primera vista. Aportamos mucho de nuestra experiencia y vivencias a lo que leemos y lo que a uno le parece un libro errático y soez a otro lector le parece una obra en la que encuentra expresados pensamientos que le hacen reflexionar sobre la condición humana y lo que es vivir y envejecer.

Y eso me gusta un montón. Me parece tremendamente enriquecedor y me alegro de que, a pesar de la selección de títulos bastante deprimentes que elegimos, el club de lectura siga funcionando y nos permita esa confrontación de visiones que me parece que es algo impagable.

Así que aprovecho esta ocasión para daros las gracias a todos los que participáis (de manera permanente o circunstancial) en este blog, porque aunque me haya leído libros que no me han gustado y haya refunfuñado mientras me los leía, el saldo es infinitamente positivo.

¡Así que viva la discrepancia y las diferencias de opinión! ¡Viva la discusión y la interpretación! ¡Viva la lectura (y el club)!

P.D: me ha quedado un poco ñoño, pero ya os dije que no sabía lo que iba a salir de aquí...

domingo, 20 de enero de 2013

El animal moribundo y el fin de la servidumbre



David es un hombre que se dice indefenso ante la belleza de la mujer. Al principio del libro nos larga una frase enternecedora: “...como sabes, soy muy vulnerable a la belleza femenina. Cada uno está indefenso contra algo, yo lo estoy en ese aspecto. Veo la belleza y me ciega para todo lo demás.” Cuando oigo o leo este tipo de frases no puedo evitar ponerme en guardia. Debe ser el cerebro reptiliano, que se pone a sentir miedo, porque empezamos con conceptos así de elevados y terminamos oyendo aquello de "la quería tanto, tanto, que la maté". A ver, seriedad. Si fuera la belleza, este hombre hiperventilaría delante de muchas otras cosas, y no sólo ante una blusa mal abrochada. La belleza existe en muchos sitios, está compuesta de imágenes, de sonidos, de sentimientos: en un bebé, en la naturaleza, en un poema, en una obra de ingeniería, y hasta en un jersey de lana. La belleza tiene que ver con la estética y con la sensibilidad al contemplarla. Yo sé de lo que estoy hablando, y vosotros también, porque nadie sin sensibilidad y sin interés por la belleza leería este blog. Ahora bien: lo que yo no sé es de qué demonios habla este tío, sobre todo cuando se sigue leyendo.

Belleza, indefensión, vulnerabilidad. Bonitas palabras. Esto debe formar parte de eso que David llama "ardid sin engaño". Otro concepto para nota. Podría llegar a entender el ardid sin mentira, pero ¿el ardid sin engaño?... A mí este protagonista me produce una profunda hartura, y me cuesta mucho trabajo no llamarle imbécil. Vamos a ver, alma de cántaro ¿A quién pretendes engañar con esas paridas sobre la belleza y la vulnerabilidad y la extrema sensibilidad del hombre libre sin ataduras sociales? Como un drogadicto cualquiera, llamas indefensión a lo que no es más que sometimiento. Nadie te agrede, nadie te desarma. No hay indefensión porque tampoco hay ninguna voluntad de resistencia, de defensa. Hay una escena en el libro, que compite con la marranada de la regla pero que la supera en violencia, que es el pasaje de la “dentellada”, en el que reconoce el juego de dominio, el juego de poder que hay por medio. ¿Quién engaña a quién?

... la entrega íntima a un hombre mucho mayor aporta a esta clase de joven un tipo de autoridad que no puede tener en una relación sexual con un hombre más joven. Obtiene los placeres de la sumisión y los placeres del dominio. Que un muchacho se someta a su poder... ¿qué significa eso para una criatura tan patentemente deseable? Pero ¿que este hombre de mundo se someta tan sólo por la fuerza de su juventud y su belleza?... eso es poder, y es el poder lo que ella quiere. No es que el dominio pase consecutivamente de unas manos a otras, sino que el cambio se produce de un modo continuo, no es tanto un cambio como un entrelazamiento. Y ahí se encuentra el origen no sólo de mi obsesión por ella sino de la obsesión que ella experimenta por mí. O así lo supuse al principio, aunque de poco me sirvió el intento de comprender lo que ella se proponía y por qué me enredaba cada vez más en aquella relación...” 

Vaya, hemos pasado de hablar de la indefensión ante la belleza a la obsesión ante el poder. De lo elevado a lo bajuno en 21 páginas. Bravo, David: por el camino me he enterado de lo del ardid sin engaño. El pobre viejo cree que su gran cultura somete a las jóvenes, cuando él es el sometido a su propia adicción, cuando son ellas las que le someten sólo con desabrocharse la blusa. "No importa cuánto sepas, no importa cuánto pienses, no importa cuánto maquines, finjas y planees, no estás por encima del sexo. Es un juego muy arriesgado. Uno no tendría dos tercios de los problemas que tiene si no corriera el albur de la jodienda. El sexo es lo que desordena nuestras vidas normalmente ordenadas."

Bueno, lo de vida ordenada debe ser porque encuentra el manuscrito de Kafka sin dificultad en caso de urgencias. ¿El cazador cazado o el que cree que va de caza sólo porque se ha puesto una canana en la cintura? El sometido siempre lo está voluntariamente. Es un goce, como tantos otros. ¿Quién engaña a quién? Y cuanto más viejo se hace, más sometido está. No ya al sexo, sino a la juventud de las mujeres.

"...¿Qué haces si tienes sesenta y dos años y te das cuenta de que todos esos órganos invisibles hasta ahora (riñones, pulmones, venas, arterias, cerebro, intestinos, próstata, corazón) están a punto de empezar a hacerse penosamente evidentes, mientras que el órgano más sobresaliente durante toda tu vida está condenado a reducirse hasta la insignificancia?"

¿Que qué haces? Pues en tu caso, querido David, morirte. Que hace ya tiempo que te va haciendo mucha falta.

martes, 15 de enero de 2013

El animal moribundo

Este mes de enero los aguerridos lectores que conforman este Club de lectura 2.0 se han sumergido en El animal moribundo, una de las obras más reconocidas del vigente premio Príncipe de Asturias, el norteamericano Philip Roth.
La sinopsis que nos ofrece la editorial que publica la obra en España sobre El animal moribundo es la siguiente:
David Kepesh, a sus ochenta años, confiesa a un personaje desconocido una de sus últimas experiencias sentimentales: la que mantuvo con Consuelo Castillo, una joven cubana, casi cincuenta años más joven que él.
Desde que la revolución de los sesenta lo liberó de sus ataduras familiares, Kepesh, profesor universitario, famoso periodista, un hombre seductor, inteligente y culto, ha vivido al margen de cualquier compromiso. Y tiene una rica fuente para sus conquistas dentro de sus propias clases. A las puertas de la vejez, la vitalidad y la hermosura de Consuelo enfrentarán al protagonista con el significado de su vida.
Y, como de costumbre, aquí debajo tienes los enlaces de los cuatro reseñistas residentes de este Club de lectores al que siempre estás invitado a participar, este mes con el amor, sexo y literatura que El animal moribundo promete.


Bichejo
Desgraciaíto
Carmen
Livia