martes, 25 de marzo de 2014

Las opciones de Lily

Esto iba a ser un comentario pero al final va a ser un post. Iba a ser un comentario para, una vez más, llevarle la contraria a Pau, que ve feminismo por todas partes (bwahahaha) y para, una vez enfriado el libro, opinar sobre Lily sin el calentón del momento y del aburrimiento mortal por su historia.

Sigo manteniendo mi teoría de lo aleccionador. Aunque he leído sobre la vida de Edith Wharton y sé que es famosa por utilizar la ironía para criticar el mundo de su época, tampoco deja de serlo que ella misma viviera gran parte de su vida según las reglas de ese mundo. Quizás por eso lo critica. Pero se puede interpretar en sentido contrario: cuidadito con salirse del camino marcado, que puedes acabar como Lily Bart. 

El mundo en el que vive Lily nos puede gustar más o menos, pero tiene la ¿suerte? de ser un mundo de reglas bastante claras. Ante las reglas tienes dos OPCIONES: o las sigues o no las sigues. Parece que olvidamos lo principal, Lily tiene OPCIONES. Siempre las hay. Otra cosa es que a la hora de valorarlas y actuar hay que tener muy clara las consecuencias. Y Lily quiere hacer lo que le dé la gana y que no existan esas consecuencias. Que es muy humano, pero muy equivocado.

Lo único en lo que Lily no tiene toda la culpa es en el hecho de haber sido educada para no ser más que un objeto decorativo. Y eso, sólo en parte. En 1905, cuando se publicó la novela, las sufragistas llevaban años dando guerra para que se concediera a las mujeres un derecho que sólo tuvieron en Nueva Jersey durante 20 años (accidentalmente se reconoció el derecho al voto a las personas, en lugar de a los hombres, mira qué cosas se aprenden buscando información para quitarle la razón a un coblogger). Y sólo faltaban quince años para que en Estados Unidos las mujeres pudieran votar.

A Lily de jovencita le preocupa más la decoración de los centros de mesa que tener una buena formación, por ejemplo. En 1900 un tercio de los estudiantes universitarios en Estados Unidos eran mujeres. En la universidad de Nueva York (ciudad en la que se ambienta la novela) las mujeres podían acceder a estudios universitarios desde 1888, y desde 1890 podían licenciarse en magisterio y en derecho. No me vale la pobre Lily víctima de su tiempo. Tenía opciones. Pero claro, esas opciones necesitaban de su esfuerzo y de su implicación. Como su familia tenía dinero y no pensaban que fuese a necesitar ganarse la vida, acepta su educación como objeto decorativo. Y eso es parcialmente culpa suya. Es difícil salirse del camino que te marcan otros, pero siempre tienes la opción de hacerlo. 

Cuando es más mayor hace lo que le da la gana. 
¿Que le apetece jugar a las cartas? Juega. Tiene opción de no jugar. Pero juega. Luego se lamentará de no tener dinero para pagar las deudas. Pero juega, y como es una cortoplacista, ya se preocupará luego de las consecuencias...y ese el problema con Lily, que nunca se ocupa de las consecuencias.
¿Que le apetece subir a casa de un hombre? Sube. Ya se preocupará luego de lo que digan. Que sí, que está fatal hacer según qué juicios. Pero en 1905 estaba mal visto subir a casa de un joven soltero. Y Lily lo sabe. Pero sube.
¿Que quiere dormir un rato más aunque ha quedado para ir a la iglesia con el hombre con el que se quiere casar por interés? Pues duerme. Tiene opciones. Pero pasa.

Pues sinceramente, que se joda. Tiene opciones. Pero sólo una vez (y porque es tan tonta que si fuese más tonta sería un cesto) le entra el orgullo o la moral o yo qué sé qué le entra que justo justo no hace lo que le permitiría limpiar su honor. Eso no es ser honesta, Pau, es ser tonta. Lo único que le queda es su honor y lo quema. Todo lo que le pase es poco.

Si fuese una persona real me daría pena y seguramente sería más compasiva con ella. Pero es que, de verdad, estoy harta de cretinos que siempre son víctimas: de los demás, de la educación, de la sociedad o del toro que mató a Manolete...y nunca son víctimas de sus propias decisiones.

Lily no es una víctima. Siempre tuvo opciones. 

La dificultad de ser diferente

En principio esto iba a ser un post sobre feminismo pero, ya que estamos, va a ser un post sobre todos los ismos discriminatorios o, afinando un poco más, un análisis de lo que, en la novela, pone la autora como denuncia de la hipocresía de la sociedad de La casa de la alegría.

En la novela hay dos personajes que son diferentes al resto, por un lado está Rosedale, un hombre inadecuado que siempre será inadecuado... porque estamos en la sociedad de Nueva York de principios del siglo XX y es judío. Este personaje se va haciendo cada vez más presente en la sociedad a golpe de dineral, los hombres lo quieren dentro porque necesitan su dinero, necesitan hacer negocios con él, pero las mujeres, organizadoras de fiestas, no lo necesitan y no lo quieren; por otro lado está Lily Bart, que es el alma de las fiestas peeeero es pobre y está soltera. Lo de Lily tiene arreglo con una boda, lo de Rosedale no, aunque a pico y pala algún día quizá...

Como decía al principio esto iba a ser un post sobre el tímido, pero de su época, feminismo en la novela; Lily es boba, pero es honesta, probablemente la última mujer honesta en la sociedad que describe; está rodeada de mujeres casadas que son profundamente infieles, de mujeres divorciadas que viven de hombres casados -con otras, se entiende-... y la alternativa a eso son las mujeres beatas; la única mujer "normal" es Lily, tiene en su poder cartas para lavar su honor, pero no las usa, ve cómo las engañan, la exponen, la arrastran por el fango pero aún así no dice ni pío... y también hay hombres solteros, que pueden elegir ser solteros sin que nadie piense cosas raras ¡oh, sorpresa!, esos hombres mantienen relaciones con mujeres casadas, o no, pero pueden elegir, Lily, que es idiota, elige ser honesta y no entregar sus favores a un ricachón casado, ni casarse con Rosedale porque no lo soporta y sabe que sería un acuerdo comercial y no un matrimonio "normal" con sus cuernos y todo. Lily es idiota, la autora lo deja claro, pero nos dice que una mujer sola boba no puede sobrevivir en un mundo como ese, no tiene el dinero para vivir aislada -que es lo que hacen las solteronas tarde o temprano, retirarse- y tiene la mala pata de boicotearse... exactamente igual que su querido amigo que sigue soltero porque huye siempre que puede dejarse arrastrar por el amor, pero es un hombre y se lo puede permitir.

La autora nos dice que una mujer sola y pobre no puede ser honesta, y es que ya lo decía Sor Juana:

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia,
y luego con gravedad
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Tais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que falta de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que con desigual nivel
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende
y la que es fácil enfada?

Mas entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos enhorabuena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada,
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar
y después con más razón
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

No había cambiado mucho la cosa a principios del siglo XX. Las mujeres debían parecer honestas -no necesariamente serlo- pero para eso necesitan dinero y, en una sociedad en la que es impensable que una mujer de buena cuna trabajara -como los hidalgos de Quevedo- el dinero sólo puede obtenerlo de una manera, o casándose o siendo mantenida por un hombre casado que fuera discreto... en la novela, y es llamativo, no hay mujeres solteras en esa situación, imagino como alusión directa a la virginidad...

En definitiva, que Lily sea rematadamente idiota, que se autoboicotee no implica que no haya una denuncia de su situación, porque hay un hombre que elige su situación y no pasa nada, su mundo sigue y puede permitirse tener amantes... y aunque haya otro personaje en problemas -Rosedale- queda claro que el dinero abrirá también una puerta para él... ya se sabe que si eres mujer y pobre, eres doblemente pobre, si eres mujer y negra, doblemente negra, mujer y judía, doblemente judía...

domingo, 23 de marzo de 2014

Las alternativas de Lily Bart


Será el tercer post que escribo sobre el libro de Edith Wharton. No es que el libro me haya entusiasmado, más bien al contrario. El libro me pareció en muchos momentos muy pesado, pero por lo que contaba, no tanto por la escritura.

La escritura es ligera, narra, cuenta peripecias y no tiene descripciones excesivas. No es que me molesten las descripciones en los libros, en absoluto. Pero pienso que sólo los grandes pueden escribir páginas y páginas con descripciones (sean de lugares o de sentimientos, o de sensaciones) sin que tires el libro por la ventana. ¿Se puede ser un grande de la literatura sin saber describir con el lector enganchado al libro e incapaz de soltarlo de las manos? Yo lo dudo. Pero esto de los escritores es como el tenis: jugar, jugamos casi todos, pero Nadal y Federer sólo hay dos. Es la élite, y Wharton no me parece que ande entre ellos. Esta es mi mi opinión, que es sólo mía y que además, no lee casi nadie en este blog con eco.

Entonces, quedamos en que lo que contaba me parecía pesado. Los anhelos de una chica de permanecer en un ambiente social sin tener los medios para ello y cuyo único camino para lograrlo es el matrimonio. Pudiera parecer que esto es inevitable, algo como el destino feroz que te lleva de un ronzal irremediable, y que por ello te atosiga, y te zarandea, y elimina de ese camino fatal cualquier alternativa. Pero no, esta pánfila tiene otras alternativas. Veamos.

Alternativa 1: taparse la nariz y ser consecuente. Tiene varias oportunidades. Total, lo que pretende, aunque lo llame matrimonio, es ponerse de puta. Pues, chica, si tu destino es ser puta, asúmelo y aguanta.

Alternativa 2: Renunciar a esa sociedad y ponerse a trabajar. En vez de pedir para jugárselo al bridge, también puede pedir para poner una tiendecita. O a muy malas, irse al campo, que allí se vive más barato. O de señorita de compañía. A ver, ¿no sabe cantar? Pues, venga.

Lo que me parece muy pesado del libro es tener que leer páginas y páginas sobre la peripecia de una persona que tiene otras alternativas. No es el mundo en el que vive el que la empuja, no es la sociedad cruel, no es la condición de mujer lo que ata a Lily. Lo que ata a Lily es su estulticia, y, si no son tratados con humor (ácido o dulce, me es igual), los libros sobre bobos me aburren mucho.

¿Puedo estar viéndolo con mis ojos de mujer del siglo XXI? Es posible. Pero si hay dos cosas que han funcionado perfectamente desde que el mundo es mundo, es el oficio de puta y el ascensor social que va para abajo. Si el libro hubiera ido por alguno de estos dos caminos tal vez me hubiera gustado más. Y sin necesidad de buenas descripciones.

domingo, 16 de marzo de 2014

Lily Bart: Justicia social y celos contables

Yo no sé cuáles eran las intenciones de Edith Wharton a la hora de dibujar un personaje como Lily Bart en este libro. No sé si tenía intención de provocar empatía o misericordia, o algo de recordara de lejos la solidaridad. Edith Wharton recoge un personaje en apariencia débil y desprotegido y lo coloca a las puertas de un mundo frívolo y dominado por el dinero y la posición social. Hace entrar al personaje en ese mundo y después lo va zarandeando de una esquina a otra, tal vez con alguna intención más allá de contarnos su peripecia.

Sin embargo, Lily Bart me ha provocado en varias ocasiones una sensación profundamente irritante, que es la misma sensación que me provoca la envidia disfrazada de justicia divina y de igualitarismo social. Pongo dos párrafos para ilustrarlo. En el primero – os sitúo – está hablando de la suma de dinero que ha perdido jugando al bridge. Y leemos esto:
En cualquier caso, la necesitaba (la suma de dinero) para tantas cosas que su misma insuficiencia la (esto es un laísmo, no os preocupéis) había impulsado a apostar fuerte con la esperanza de doblarla. Pero había perdido, claro, ella que necesitaba hasta el último penique, mientras Bertha Dorset, cuyo marido le daba dinero a espuertas, debía haberse embolsado por lo menos quinientos dólares y Judy Trenor, que podía permitirse el lujo de perder mil cada noche, se había levantado de la mesa con un fajo de billetes tan abultado que no había podido estrechar la mano de sus invitados cuando le desearon las buenas noches.
Y remata, la muy pava:
Un mundo en que pudieran suceder tales cosas se le antojaba a Lily Bart un lugar abominable; nunca había sido capaz de comprender las leyes de un universo siempre tan dispuesto a excluirla de sus planes.
Las leyes del universo... Así es que te sientas en una mesa de bridge, te juegas hasta la camisa, lo pierdes, y después resulta que el mundo es injusto. ¿Injusto? Lily Bart ha jugado en las mismas condiciones que Bertha Dorset. No hay ninguna regla en los juegos de cartas en los que se diga que el que pierde, si es pobre, deba ser compensado. Pero sí hay una regla de sentido común y de prudencia que dice que si no puedes permitirte perder el dinero, no te lo juegues a las cartas. La reacción de Lily es de una estupidez colosal.

Segundo ejemplo. En esta ocasión, a Lily Bart le han “levantado” un novio (una situación recurrente en toda la novela). Ese hombre, Percy Gryce, Lily lo ha tenido al alcance de la mano. Sin embargo, el esperar por si acaso encuentra algo mejor (una espera que la deja, a la postre, para vestir santos), hace que el otro decida casarse con otra. Y esa otra resulta que tiene mucho dinero. Y piensa nuestra estúpida protagonista:
La efímera despreocupación de Lily se disolvió bajo una renovada sensación de fracaso. La vida era demasiado absurda, demasiado insegura! ¿Por qué añadir los millones de Percy Gryce a otra gran fortuna? ¿Por qué esta torpe muchacha estaba dotada de poderes que ella misma jamás sabría utilizar?
Oh, la vida, que es absurda. ¿Por qué? ¡Por qué! Ah, los poderes ocultos de esa muchacha (nótese que de milagro no dice que es una arpía), deben de constituir la antesala de un contubernio contra los necesitados de amor (y pasta) como ella. El amor debe considerar la idea de reparto social de Lily Bart, según la cual, que dos ricos se casen es un despilfarro y una acumulación intolerable, porque con el dinero de uno ya pueden vivir los dos. Aquello de "lo tuyo es nuestro y lo mío es de los dos" es algo que nunca cantaría Lily, para quien la canción sería más "lo tuyo es para cuando te cases con una pobre y lo mío para cuando encuentre a un muerto de hambre". Lily Bart y sus celos contables, o algo así...



sábado, 8 de marzo de 2014

El uso de la palabra social en La casa de la alegría

La casa de la alegría se desarrolla en un ambiente social muy particular, como es la clase alta neoyorkina de principios de siglo XX.

Contrapuesto a la idea que hoy en día tenemos de lo social, la idea de interrelación, de "partage", de mantequilla con la que extender la igualdad, de beneficio comunitario, en La casa de la alegría lo "social" se refiere al ambiente cerrado, restringido, propietario: una especie de prisión alegre en la que todo el mundo quiere entrar, pero en el que el derecho de entrada es caro en lo económico y en lo personal. Se trata, La casa de la alegría, de una casa en la que no hay escaleras, tan sólo puertas cerradas que raramente se abren hacia dentro.

Se lee mucho la palabra social en este libro. "Todo" es social. Y el adjetivo no sólo matiza, sino que cambia radicalmente el sentido del nombre al que va atribuido, y lo hace pasar de algo abierto y humano, a algo cerrado y opresivo.

Me he distraído recopilando los conceptos que, de pronto, son llamados sociales y recogen ese atributo, aunque en ese sentido restrictivo. Algunos son intuitivos y bastante usados, pero hay otros muy sorprendentes. Veamos cómo utiliza Edith Wharton la palabra "social":

- Personalidad social
- Inquietud social
- Ascenso social
- Ascendencia social
- Aislamiento social
- Mezquindad social
- Círculo social
- Conveniencia social
- Disciplina social
- Damas socialmente oscuras
- Talento social
- Ambición social
- Hábito social
- Relaciones sociales
- Fluctuaciones sociales
- Escenario social
- Sanción social
- Axioma social
- Reconocimiento social
- Criterio social
- Escala social
- Contacto social
- Aptitudes sociales
- Rehabilitación social
- Suburbio social
- Estercolero social
- Vida social
- Diferencia social
- Experiencia social
- Indolencia social
- Existencia social
- Inexistencia social
- Corriente social
- Antagonismo social
- Posición social
- Norma social
- Crédito social
- Desarrollo social
- Tapiz social

No descarto haberme saltado alguna, porque ya veis que la variedad y el número de veces en los que utiliza la Wharton la palabra es enorme. Pero me ha parecido una buena idea para mostrar dónde se desarrolla el libro, y para hacer entender que, en realidad, el verdadero protagonista en este libro de Edith Wharton es ese entorno social cerrado sin el cual, la historia de Lily Bart (aparente protagonista) no tendría ningún sentido.



sábado, 1 de marzo de 2014

La casa de la alegría, de Edith Wharton



Hoy, como cada primero de mes, renovamos libro en nuestro Club de lectura. En esta ocasión, se trata de La casa de la alegría, de Edith Wharton, un libro propuesto por Newland, aunque la culpa de todo es del Atleti, puesto que este libro quedó empatado con Dickens y quiso el azar fiar el desempate a la capacidad del Atleti para sacar un miserable punto frente al Español.

Así es que leemos este libro porque el Atleti no se puso de líder en la liga en Noviembre. Pobre Atleti: lo que mal empieza, mal acaba...

En fin, el libro de Edith Wharton cuenta la historia de Lily Bart, una señorita de la alta sociedad neoyorkina venida a menos que busca permanecer en ella a través del matrimonio con un hombre rico, sin cuya fortuna ella no puede mantener el tren de vida que esa sociedad exige. O sea, el Atleti en estado puro...

Os dejamos con la introducción del libro, y, como cada mes, encontraréis las reseñas y la opinión de los participantes del club, enlazados abajo.

 Buena lectura a todos.
Huérfana a los diecinueve años, Lily Bart es acogida por una tía en el seno de los más antiguos clanes de la sociedad neoyorquina. Diez años después, aún no se ha casado, y ni su exigua renta personal ni la generosidad condicional de su protectora han hecho nada para favorecer su independencia.
La casa de la alegría se publicó por entregas en Scribner's Magazine de enero a noviembre de 1905. Ese mismo año, en octubre, apareció en forma de libro (Charles Scribner's Sons, Nueva York); sobre el texto de esa edición se basa la presente edición. El título de la novela es una alusión a Eclesiastés, 7:4: «El corazón de los sabios habita la casa del duelo pero el de los locos habita la casa de la alegría». Edith Wharton se negó a incluir la cita en la portada de la primera edición, como pretendían sus editores.


Otras reseñas en:


DELENDA EST CARTHAGO, por @Newland23
LA MESA CERO DEL BLASCO, por @Desgraciaito
LA ORIGINALIDAD PERDIDA, por @Pau_1975
UN MUNDO PARA CURRA, por @C_Jimenez10
Y puedes seguir nuestros comentarios también por Twitter, en @_lectores_